ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE FLORIDA

Fundada 24 de Noviembre de 1878

Romerías

EL VIEJO MOLINO Y LAS ROMERÍAS

(Dr. Nelson Sica Dell’Isola - El Heraldo, 7 de octubre, 1995)

“Por todo lo que tiene de hispano y de quijotesco te escribo este poema”.

Así comenzaba la recordada poetisa floridense Antonia Artucio Ferreyra su canto evocativo al molino de viento que aún se mantiene erguido pese al paso de los años, en el viejo Barrio Curuchet de nuestra ciudad, que hoy debe considerarse como parte de un patrimonio colectivo que es necesario preservar.

Se supone que fue levantado en el año 1866, pues esa fecha estaba inscripta en una escalera interior, que hoy ya no existe, por la que subía a la parte superior, según nota publicada en la Revista “Perfil” en el año 1947.

Y aunque ya no sirve para su destino originario, desde hace muchas décadas se mantiene derecho en el lugar elevado elegido para su construcción, para que el viento hiciera la tarea que años más tarde llevaron a cabo las máquinas, abasteciendo de harina a la ciudad. Tarea en la que durante mucho tiempo fue el único molino, hasta que se levantó el Molino Compte, Piedra y Villanueva (actual Molino Florida), luego el Molino del Norte, a vapor, fundado por Nicola Failache en 1913 en la actual calle Calleros casi la vía, y poco después, en 1918, el de Cosentino Hermanos, de Pedro, Rafael y Antonio Cosentino, en Dr. González y Rivera.

Su primer propietario fue el Sr. Pablo Subeldía, que lo explotó en su mejor época, siendo más tarde adquirido por el Sr. Domingo Rosso y luego por Pedro Cosentino.

En la década de los cuarenta se proyectó hacer un pabellón de tuberculosos en nuestro hospital, despertando reacciones de la población que temía las consecuencias de una enfermedad –en aquella –época- muy difícil de controlar, y don Pedro Cosentino resolvió donar el campo donde está el molino, que ya no funcionaba, para instalarlo allí, pero con una condición: que el ministerio debería construirlo en determinado plazo, porque de lo contrario caducaba la liberalidad, lo que no sucedió, perdiéndose –por lo tanto- este bien para el dominio público.

Más modernamente, don Francisco (familiarmente Paco) Delgado transformó el lugar en “El Cortijo”, que es el nombre que se da en Andalucía y en la Extremadura española a las posesiones de tierra y casas de labranza. En este lugar donde está el molino se celebraban, en un principio, las “romerías populares españolas”, que más tarde se hacían en el Prado de la Piedra Alta o en el “Prado Español”, que por entonces era un lugar campestre propiedad de la Sociedad Española, que conservó su nombre y que ahora es un populoso barrio pero que, en esa época estaba lleno de árboles, existiendo también allí una espléndida glorieta.

Las romerías eran la tradicional fiesta hispana que se llevaba a cabo en los primeros días de enero de cada año, siendo el público el verdadero actor, con grandes pistas donde todos bailaban, comían, tomaban y se divertían, que comenzaron a decaer cuando el pueblo comenzó a ser un espectador pasivo que sólo concurría a mirar, unos cincuenta años atrás.

La palabra “romería” viene de “romero” y ésta –a su vez- es un derivado de “Roma”, porque a esta ciudad, como cabeza de la Iglesia, fueron las primeras peregrinaciones, de tal manera que “romero” significa peregrino.

Eran entonces los viajes o peregrinaciones –especialmente las que se hacen por devoción a un santuario, aunque muchas veces se toman como pretexto para la diversión y el placer, como sucede en las excursiones a San Cono o a la Virgen del Verdún- organizadas por la colectividad española de Montevideo.

Las romerías se celebraban en los primeros días de cada año, organizadas por la Sociedad Española entonces de Socorros Mutuos, aunque en los últimos años ha cambiado su característica, pasando a ser cultural y social. Y hemos tenido a la vista el programa del año 1903, en que se llevaron a cabo los días 4 y 5 de enero, estando integrada la Comisión Organizadora por los Sres. Hipólito Rodríguez (como presidente), Manuel Castellá, Magín Roca, Pedro Zabaleta, Pedro Vicente, Manuel Grela, José López Alfonso, Juan C. Salgado, José Fernández Muras, Paulino Cadórniga, Ricardo Vecino, Eusebio Lorenzo, Cosme Añorga, Santiago López Salgado, Benito Álvarez y Emilio Paradela.

La fiesta comenzaba a las 4 de la mañana con una alborada por la gaita, seguida, a las 5, de una salva de bombas y cohetes frente al local social, con lo que se invitaba al pueblo a integrarse a la caravana, que era organizada con total minuciosidad, encabezada por la gaita, luego una banda de música, seguida de la Comisión Directiva, después los socios, otra banda y las sociedades participantes, y al final el pueblo.

A las 9 y 30, luego de unos saludos protocolares, salía la caravana desde la sede social hasta el Prado, que era acondicionado desde días antes, levantándose una gran carpa frente al río que era la carpa oficial, donde eran depositadas las banderas y los estandartes de las sociedades que concurría, y luego de discursos y una copa de champagne comenzaba la fiesta popular, amenizada por dos o tres bandas musicales, con gaitas, en otros tantos tablados.

Gran cantidad de familias en la ciudad colocaban las banderas española y uruguaya entrelazadas en los frentes de sus casas, en uso de la autorización de la Jefatura de Policía, que no se limitaba al permiso sino que expresamente invitaba a adherirse, y también preparaban sus propias carpas en el prado, todas las cuales estaban llenas de provisiones para poder bailar, beber y comer a discreción, además de existir muchas carpas “comerciales” que vendían, de preferencia, frutas y verduras; continuando festejos similares el día siguiente, que en este caso particular, por caer en 6 de enero. Era aún más prolongada, porque en lugar de regresarse a las 7 y 30, como el día anterior, la fiesta terminaba a la medianoche, abundando los cohetes, bombas, globos, antorchas y fuegos artificiales.

La mayor parte del comercio se adhería y cerraba sus puertas para permitir concurrir a sus empleados, y el Ferro Carril Central del Uruguay hacía correr un tren especial desde Montevideo, siendo el precio de ida y vuelta de $1,50 en primera y de $1 en segunda, que no era –por cierto- barato, porque abundaban los sueldos menores de diez pesos.

La primera romería se llevó a cabo en el año 1882, cuatro años después de fundada la Sociedad Española local, cuando ésta era presidida por don Manuel Castellá, y se llevó a cabo justamente en la “Quinta del Molino de Viento”, propiedad entonces de don Antonio Díaz, que la cedía desinteresadamente para ese fin, dejando la primera un “remanente” o “utilidad” de diez pesos.

Por el año 1947 la Comisión Municipal de Fiestas y Turismo intentó organizar alguna romería como aquellas que ya no se llevaban a cabo, pero –a pesar de su bondadosa intención, que no sabemos cuántos años duró- los resultados fueron cada vez más pobres, hasta perderse definitivamente aquella fiesta tan tradicional que era de los hispanos pero que compartía todo el pueblo fuera cual fuere su origen; por falta de recursos económicos, que tornaban insuficientes los atractivos, pero fundamentalmente porque el pueblo, en lugar de participar, se transformó en un espectador o un caminante por los caminos del Prado.

Es más o menos lo que está sucediendo desde hace años con nuestros carnavales, que ya no son como los de antes y que por eso mismo –y salvo felices excepciones- denotan un decaimiento en lo que ellos pueden ser como expresión genuina del alma popular, y la alegría se va sustituyendo por la observación y los fríos aplausos.

En adhesión a los festejos programados con motivo de la inauguración oficial de la actual sede de la Asociación Española, nos han parecido útiles estos recuerdos, porque el viejo molino de viento, como lo dijo el Dr. Wilson Monti Grané en este mismo diario, “ocupa un sitial de honor en la historia de nuestro pueblo. Allí queda como una sombra, como una reliquia de la Florida que fue

Cuando comenzamos una serie de notas sobre los italianos que se radicaron en nuestro medio, dijimos que continuaríamos con los que tenían otras procedencias. Y hoy, sin dar por terminada aquella tarea vamos a comenzar con quienes vinieron aquí procedentes de otros países europeos, por lo que debemos referirnos a los españoles, que son, con los italianos, los que mayor número aportaron al proceso inmigratorio hacia nuestras costas americanas, siendo difícil no encontrar en el árbol genealógico de cada familia floridense algún ancestro proveniente de uno de aquellos dos países peninsulares europeos.   

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